Un Faro

Te veo en el rincón; atrincherada detrás de inescalables muros de madera y cartón, tu silencio se escucha en mi corazón. Tu silencio me duele en los oídos, y en el alma.

Con cuatro letras te nombro, con una palabra te olvido. Con cuatro números te llamo, con dos letras te niego.

Distante. Lejana. No temas, con mi miedo sobra.

Tus muros me recuerdan los míos, en mi inexpugnable fortaleza, alta, más allá de las nubes.

Pero desciendo, resbalando en las piedras. Enciendo mi faro, con la esperanza de que lo veas. Con esa luz me acerco, con la mañana me alejo. La llama resistirá los embates de la soledad, la furia del desconsuelo. Alumbrará el anhelo de que quieras salir de tu voluntaria prisión.

Tus ojos brillan y tu sonrisa deslumbra... pienso en apagar el fuego. Pero lo dejo. Tal vez sea la señal de que lo has visto. Tal vez sea tu faro.

O quizás solo sea un dulce consuelo, regalo de tu inmensa ternura. Si asi fuera, prefiero una gloriosa y total derrota. Quema mi recuerdo en esa llama, incendia mi castillo, derrumba la Tierra; pero no me muestres, bondadosamente, tu mundo inalcanzable.


"-Amigo -repuso el conde-, me queda aún una duda: ¿tendréis tan poca fuerza que empeñéis vuestro orgullo en exhalar vuestro dolor?"
Alejandro Dumas - El Conde de Montecristo